Comentario
Al igual que sucediera con el Paleolítico Superior, el Epipaleolítico peninsular cuenta con mejores evidencias en la periferia que en el centro, zona vacía de yacimientos con la excepción de algún taller al aire libre de cronología y atribución dudosa. Al igual que sucediera en el resto de Europa, también aquí se va a asistir a una compartimentación cultural marcada, de clara base regional.
En la región cantábrica la secuencia epipaleolítica comienza con la industria Aziliense, claramente derivada del Magdaleniense Final, tal y como puede verse en algunos yacimientos como la cueva de la Pila (Cuchía, Cantabria), donde se dan numerosas ocupaciones intermedias entre uno y otro. Este Aziliense retiene las características ya vistas en el caso francés, incluyendo la adaptación al microlitismo y la evolución en la morfología de los arpones. Económicamente, estos grupos continúan con la caza-recolección, capturando ciervos y jabalíes sobre todo y completando su dieta con recursos vegetales, pesca de salmónidos en los ríos y marisqueo costero. En uno de los principales yacimientos de esta zona, la cueva de los Azules (Cangas de Onís, Asturias), J. Fernández-Tresguerres localizó y estudió el único enterramiento conocido de esta cultura. El rito funerario documentado parece ser semejante a los ya reseñados en el Paleolítico Superior.
En esta zona el Aziliense desemboca, al menos en parte, en la cultura Asturiense, de marcado cariz costero. En esta nueva etapa las ocupaciones se centran cada vez más en el exterior de las cuevas que, como mucho, son utilizadas como basureros. Las sociedades de esta época continúan con los hábitos cinegéticos azilienses, pero ahora incrementan la explotación de los recursos marinos hasta el punto que sus principales yacimientos (Penicial, Balmori, La Riera, Liencres, La Franca...) acaban casi colmatadas por las conchas de las lapas consumidas (concheros). Como adaptación a este tipo de subsistencia, el Asturiense presenta como instrumento característico un pico, realizado sobre un canto rodado con técnicas que recuerdan a las del Paleolítico Inferior, cuya utilidad es precisamente permitir despegar las lapas. De esta cultura se conoce un enterramiento que presenta el cráneo trepanado.
En el litoral atlántico los investigadores portugueses distinguen dos fases en este intervalo cronológico: una primera, denominada Epipaleolítico micro y macrolaminar, y una segunda considerada Mesolítica. La primera tiene muchos puntos en común con el Magdaleniense y con las industrias similares que se ven en la región mediterránea española, demostrando un cierto continuismo pese a tratarse de grupos humanos con una economía de amplio espectro. La segunda fase está compuesta por los conocidos concheros de Muge (Moita do Sebastiao, Cabeço da Arruda, Cabeço da Amoreira...), grupo cultural en el que se han localizado cabañas y fosas de almacenamiento de alimentos, así como un buen número de enterramientos. La industria lítica está compuesta ya por geométricos, mientras que apenas hay manufactura de piezas de hueso.
Para acabar, en la franja mediterránea peninsular J. Fortea definió, hace ya algunos años, dos complejos epipaleolíticos parcialmente sincrónicos: el microlaminar y el geométrico. El primero no es nada más que un equivalente local del Aziliense, una evolución del Paleolítico Final caracterizado por la disminución en el tamaño de los raspadores y las hojitas, con dos facies diferentes (Mallaetes y San Gregori). Los complejos geométricos, más tardíos, parecen llegar por influencia francesa a partir del VIII milenio y dan lugar a variedades preneolíticas (Filador, Cocina...) contemporáneas de un tipo de arte lineal anterior al macroesquemático.